En 1969 un proyecto militar de los Estados Unidos llamado ARPANET consigue comunicar varias computadoras repartidas por el territorio americano. En ese momento empezó a acuñarse el término por el que hoy es conocido a la red de redes, Internet.
Solo 44 años después, esta tecnología ha avanzado y se ha simplificado lo suficiente para que más de la mitad de los habitantes de los países desarrollados accedan e interactuen con Internet incluso desde dispositivos personales inalámbricos que caben en la palma de una mano.
Hoy, Internet alberga miles de millones de páginas con contenidos de todo tipo y permite realizar operaciones tan variadas como comprar una entrada de cine, descargar música, ver televisión digital o consultar una cuenta bancaria. Usted mismo probablemente, esté leyendo este pequeño documento a través de Internet. La información y la comunicación fluyen por esta red de una manera estrepitosa rompiendo las barreras de espacio y tiempo. Casi podríamos decir, pensando en lo que ha significado para la historia de la Humanidad adelantos como la escritura, la imprenta, el teléfono, la radio o la TV, que no se concibe en una sociedad como la actual, sin esta gigantesca y omnipresente tecnología de la información y la comunicación (TIC).
Centrándonos en la educación, Internet, como ya señaló Santiago de Torres (2002), “es una forma de hacer llegar a una generación un conjunto de conocimientos, que de otro modo quizás no llegaría a conocer”. Internet nos abre una ventana al mundo. Ahora los estudiantes tiene a la distancia de un clic toda información que necesitan con lo que el docente “pasa a actuar como gestor de la pléyade de recursos de aprendizaje y a acentuar su papel de orientador y mediador” (Salinas, 1998).
Sirviendo todo esto como introducción, en mi humilde opinión, todos estos cambios tan complejos y radicales, que afectan a las infraestructuras de los centros educativos, al funcionamiento del aula, al uso de contenidos y de los materiales, a los roles de profesores y alumnos y en general a esta sociedad sumida en la modernidad líquida definida por Bauman, se han infiltrado de tal manera que su uso y funcionamiento, antes controlado solo por los informáticos, van por el camino de convertirse en materias transversales en la educación de los tiempo que corren. Docentes, estudiantes y en su conjunto, los centros educativos, luchan por salir de esa brecha digital que separa a los que están dentro de los que no lo están. Porque dejar entrar en el aula a estas tecnologías, cambia por completo las reglas de juego y los escenarios educativos.
Y ese quizás es el problema principal, la brecha digital existente en la actualidad. No podemos exigir a docentes que se suban al carro de las TIC si muchos de ellos, la gran mayoría, han crecido en un sistema educativo tradicional, con pizarras y libros, alejados de estas tecnologías. Es necesaria una formación profunda y continua dado el carácter cambiante que estas conllevan. No basta con dotar aulas y centros con nuevas tecnologías, es necesario un rediseño curricular donde se incluyan protocolos y una normativa específica de uso. Una apuesta definitiva por las TIC.
Sin lugar a dudas, el uso de las TIC es un valor añadido en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Pero no hay que olvidar los riesgos o problemas añadidos. Por un lado hablamos de tecnología y ésta, irremediablemente, en algunas ocasiones falla. Es un mundo abierto y libre, por lo que no toda la información o contactos disponibles son adecuados, seguros o fiables. En definitiva, las TIC deben facilitar el proceso de enseñanza aprendizaje, no convertirse en un impedimento. Por lo tanto, hay que diseñar y generalizar protocolos que tengan en cuenta estos aspectos y nos aseguren el éxito y la mejora de la calidad educativa.
Por todo esto me gustaría finalizar indicando, que las TIC son una herramienta más, disponible para todos los actores que intervienen en el proceso de enseñanza aprendizaje y éstos, deben sentirse cómodos con ellas para poder desempeñar bien su papel.